Se termina el año y nos da por ponernos a hacer
listas. Los personajes públicos más destacados, nuestros objetivos alcanzados,
los propósitos para los próximos 365 días… La lista de listas es extensísima y
nos demuestra que necesitamos encapsular el tiempo en ciclos que nos permitan
analizar mejor el mundo que nos rodea, así como nuestra propia existencia. Por
supuesto hay años en los que la lista resulta más interesante que otros. Y en
lo que a hechos relevantes se refiere, éste ha sido un año importantísimo para
la humanidad. Todavía no somos conscientes de hasta qué punto.
Hace algunas semanas, la revista Time elegía
en su portada a la figura del año: “The protester”. Y aunque la imagen
correspondía a una estadounidense partícipe del movimiento Occupy Wall Street,
la publicación hacía extenso su titular a todos aquellos que durante 2011
salieron a las calles a protestar. Porque no sé si se han dado cuenta, pero
éste ha sido el año de las movilizaciones. Incluso me atrevería a decir que es
la primera vez que éstas se producen con un efecto dominó de semejante
envergadura en tantos países.
Los precursores de la nueva realidad social fueron
–sorprendentemente para muchos- los árabes. Desde Túnez hasta Yemen, pasando
por Egipto y Libia, los ciudadanos le han dado varias lecciones al mundo. Por
un lado nos han recordado el poder que tiene el pueblo cuando logra unirse y
perseverar en su causa. Pero además nos han demostrado a los occidentales, que
nos las damos de ser pioneros en todo, que esta vez Oriente nos lleva la
avanzadilla. Por desgracia, tanto en el norte de África como en Oriente Medio
-cabe destacar la grave situación que atraviesa Siria- mucha sangre está siendo
derramada. Pero no es una lucha en vano, como lo demuestra la caída de cuatro
dictadores en tan solo unos meses. Logros que de alguna manera honran la
memoria de aquéllos que perdieron su vida en el intento. Y pese al dolor, la
madre de Mohammed Bouazizi está orgullosa de que su hijo desatara el movimiento
que ahora conocemos como primavera árabe.
Un movimiento en el que sin duda alguna las redes
sociales han tenido un papel preponderante. Y no solo por su poder de
convocatoria, que ha hecho que las revueltas se convirtieran en un torbellino
gracias a herramientas como Facebook y Twitter. Sino también porque han logrado
vencer la férrea censura impuesta por los regímenes dictatoriales y dar a
conocer la represión que se está produciendo en países como Siria, donde está
prohibida la entrada de periodistas. Éste es el verdadero poder de las
revoluciones 2.0.: son imparables.
Como decía, son muchos los puntos donde la gente ha
tomado las calles para hacer oír su voz. En América Latina, tal vez el ejemplo
más claro sea el de los estudiantes chilenos, que han puesto en jaque al
gobierno de Sebastián Piñera para reclamar una educación pública gratuita.
Paralelamente, en el viejo continente, mientras se sucedían las huelgas contra
las medidas de ajuste en Grecia, nacía el movimiento 15M en España, un país con
más del 20% de desempleo. Los indignados se extendieron como un manto de
descontento por toda Europa e incluso llegaron a Israel, donde la población,
cansada de tanta guerra, clama también por mejoras sociales. Ni siquiera la
primera potencia mundial, Estados Unidos, ha quedado a resguardo de la ola de
descontento, como lo demuestra el movimiento Occupy Wall
Street.
Lo verdaderamente interesante es que la coyuntura
de los países aludidos es muy diversa. Mientras en el mundo árabe los
ciudadanos piden más apertura en sus regímenes y aspiran a alcanzar una
democracia, en Occidente los indignados, disconformes con sus democracias,
reclaman un sistema más transparente y menos abusivo. Es evidente que el
componente económico, como siempre, es uno de los ejes centrales de la crisis
social que atravesamos. De hecho, si buscáramos un denominador común en todas
las protestas, éste sería la frustración que genera el hecho de no tener
expectativas de futuro. Una situación que se agrava en los países árabes, donde
la mayoría de la población la forman los jóvenes. En todo caso, y aunque los
reclamos varíen en función del contexto, empezamos a ver que la gente no está
conforme con el sistema y ha decidido movilizarse.
El mundo está de pie, como si de repente hubiera
tomado conciencia del letargo en el que ha estado sumido. Un largo período
durante el cual algunos han aprovechado para satisfacer sus intereses en
detrimento del resto. Por fin hemos tomado conciencia de que el poder está en
todos y cada uno de nosotros. Y lo más importante: que debemos ejercerlo.